miércoles, 14 de junio de 2017

BIOGRAFIA DE BENITO MALLO EL LÁPIZ DEL CARPINTERO ESTELA SEGARRA

 


BIOGRAFIA DE BENITO MALLO.



 Benito Mallo había atravesado la frontera, y se hizo rico con el contrabando de café, aceite, joyas...

Benito Mallo era cateto, pero con mucho dinero, vestía buena ropa, y tenía una nieta que se llamaba Marisa, que era muy bella,no era muy culto él.

Su padre murió acuchillado, Benito Mallo más tarde trabajó con intermediarios a madrid pero no le fue bien, le encantaba leer y era un hombre orgulloso, y benito se hizo republicano.

 Y uno de los abogados de confianza de Benito Mallo fue nombrado alcalde en los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera. No por eso dejó de gobernar el reino invisible de la frontera. Tejió un firme tapiz con la lanzadera de la noche y del día. Pisaba con seguridad en los salones alfombrados, hacía diligentes a los más soberbios funcionarios y jueces pero, a veces, de noche, se lo podía ver en un muelle del Miño, con un inconfundible sombrero de ala ancha, diciendo a quien quisiese verlo que aquí estoy yo, el rey del río, todo eso fue gracias al contrabando se hizo rico y  pudo comprar la vivienda de el pazo, cosa que le hizo ganarse el respeto de todo el mundo y los guardias que lo querían matar ahora son sus guardias, todo por la importancia que tenia esa vivienda, pero no solo los guardias, todos los que iban antes contra el ahora se tienen que poner de su lado. Benito Mallo se había enriquecido hasta ese nivel en que la gente deja de preguntarse cómo. Forjó una leyenda. El paleto que vestía trajes cortados en Coruña. Que compró un coche Ford de asientos forrados de cuero en los que las gallinas anidaban. Que tenía grifos de oro pero usaba el monte por retrete y se limpiaba con berzas. Que les regalaba a sus amantes billetes falsos. Benito Mallo leía con dificultad. Yo no tuve escuela, decía. Y aquella declaración de ignorancia sonaba en sus labios como una advertencia, tanto más contundente cuanto más mejoraba su posición. Los únicos papeles a los que les concedía valor eran las escrituras de propiedad. Las leía muy despacio y en voz alta, casi deletreando, sin que le importase mostrar su torpeza, como si fuesen versículos de la Biblia. Y después firmaba con una especie de puñalada de tinta.

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