miércoles, 14 de junio de 2017

el lápiz del carpintero

relato ficción La vida entre el hospital en Valencia y la isla no era muy diferente, la única diferencia era que en el hospital trataba a leprosos moribundos y en la isla tenia prohibido tratar a un preso, debía atender solo a soldados y hacer inventario. Un preso culto era un preso no inútil. Mejor que estuviese trabajando en esa isla infecta un rojo (Da Barca), que un médico español nacionalista. Así que a cambio de trabajar como médico, no le mataban. Un dia, desembarcó en la isla una barca En babor y estribor llevaba pintada una cruz roja sobre un fondo blanco. Bajó un hombre con una bata blanca y una mujer con una cofia blanca con una cruz roja también. También les acompañaba un cabo con una bolsa, donde llevaba el material que necesitarían para la inspección. Da Barca se acercó y les recibió con amabilidad. El Sargento David Martínez, con el que Da Barca tenía una extraña afinidad, preguntó por el permiso que debían tener para estar en la isla. El médico, indignado, respondió que su permiso era la cruz roja. El caso es que Martínez había tenido una mañana estresante de papeleo y no le apetecía mas llamadas a sus superiores y estar media hora esperando al teléfono. Era la Cruz Roja, así que les dejó pasar. A los dos días de aquel incidente recibió una llamada, cuando colgó el teléfono se dirigió a Da Barca: -La Cruz Roja a denunciado al gobierno español por trato inhumano a presos de guerra en esta isla. Se me acusa por ser el mayor rango de la isla. Van a venir a recogeros en lanchas dentro de dos horas y os llevaran al cabo de San Andrián y seréis libres. Sin presos no hay delito. Tienes el historial de todos los pacientes? -Sí.-Dijo Da Barca. -De acuerdo, haz una lista. Vendrán en 10 lanchas con capacidad para 20 hombres cada una. La número 1 y 2 son para soldados, las y 4 para los sanos. Las demás para los enfermos. -Pero señor, somos 124 presos. -Tú vendrás en la número 2, la lancha detrás de la mía, no preocupes por los leprosos morirán igual. Da Barca cogió un papel y un lápiz, dibujó 10 columnas. Primero las dos primeras columnas sin mucho interés escribiendo por orden de lista los nombres, eran 30 soldados y él, así que puso 15 nombres en la lancha número 1 y 16 en la número dos. El problema vino después. Más 20 personas en una lancha los condenaba en caso de un oleaje que no fuese totalmente tranquilo. Condenaba a los hombres de las lanchas 5 para arriba, o exponía a los de las lancha 3 y 4 a la lepra. El día de embarcar, los solados que habían llevado las lanchas subieron mitad y mitad a las lanchas 1 y 2, subió a su lancha, y salieron todas las lanchas al unísono, Los propios presos conducían sus lanchas. Su mayor temor se había hecho real, el oleaje era medio y el desembarco clandestino. No les recibiría un puerto en el que desembarcar con el equipo de salvamento marítimo atento. Se acercaron a la costa rocosa y los barcos con un número escrito mayor a 4 empezaron a naufragar. Los chillidos sólo llamaban la atención a Da Barca, los demás miraban adelante, no recriminaban aquella decisión. No querrían haber compartido barca con aquellos moribundos o estar en su situación naufragando. Así que miraban hacia adelante. Era curioso que el único que se sentía mal era aquel que había tomado la decisión.

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